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A nadie le debiera pasar

J Felipe Cajiga 8 de marzo, salgo de diez días de terapia intensiva, para mi como si fuera el día siguiente. No sabía, ni entendía que había pasado. Era como salir de un largo y profundo sueño. A partir de ese momento no podía dormir bien, me despertaba agitado, alterado como cuando te despierta una espantosa pesadilla. Así pasaron los días, hasta que poco a poco los sueños fueron tomando sentido y me revelaron lo que alcance a percibir esos días postrado en la camilla de terapia intensiva.

Hubiese preferido fuera una pesadilla, pero no la pesadilla había sido realidad.

No se cuanto tiempo y desde cuando a pesar de no moverme y estar “dormido” escuchaba y estaba atento a lo que pasaba a mi alrededor, pero de verdad hubiese querido no estarlo. Pensar que esto sucedió en un hospital privado, me aterra pensar lo que otros pacientes y en otras instituciones con menos recursos pueda suceder. Qué pensarán los médicos y el personal de una sala de terapia intensiva, que quienes estamos por la razón que sea no nos percatamos de nada, quizá en algunos casos, pero cuando si, ¿qué? Uno no sabe en la mayoría de los casos, que nos pasa. En mi caso así era, recuerdo que no entendía nada, eso me daba mucho miedo, mucha angustia. Que desde lo más adentro trataba de decir algo, pero no podía.

Que me quejaba cuando tenía dolor, cuando algo me molestaba, y que cuando alcanzaba a expresarme con quejidos, llegaban a callarme. ¡Diciéndome que había otros pacientes ahí, que me callara porque los espantaba! Pero que podían tener la música encendida sin importar si nos molestaba o no, tener que estar escuchando sus conversaciones, sus bromas y risas, sin ninguna consideración para los que estábamos ahí. Pero eso de todos los males, fue quizá el menor. En esos momentos lo que te preocupa es cómo se encuentran tus seres queridos, que estén bien. Creo que no tenía claro si estaba alucinando o no, si lo que estaba viviendo era real o una pesadilla de la que además no podía despertar. Escuchaba como criticaban e incluso se burlaban de mis familiares. ¡Denle algo se está quejando! Soy médico decía mi padre. Limiten sus visitas, alguien decía. Creen que pueden venir a estar dando indicaciones. Mientras en otro momento le decían: ¡Quiere poder estar más tiempo aquí, le puedo vender una bata!

Mi familia y yo quedamos marcados por esa experiencia, y a otros les ha ido peor

“Terapia Intensiva” un lugar donde se estrella la prepotencia, la insensibilidad y la arrogancia y la falta de empatía de una de las profesiones más humanas. Cómo es posible que un lugar donde se supone debiera tener la confianza que se tienen los mayores y mejores cuidados al paciente, y no sólo los médicos. Son seres humanos, aunque no se puedan mover, ni expresar. Es un duro golpe a la dignidad de la persona y al dolor que los familiares viven sentados en una escalera, esperando cualquier noticia sobre su paciente.

Creo que al darme cuenta del terror que se padece al estar ahí, decidí mejor despertar.

¡Cómo puedes ir a desayunar después de estarlo limpiando! Le dijo un médico a la enfermera. Llámale a la jotita, ¿Cómo se llama? al Cleo que venga lo limpie y de paso se de vuelo. Si pudiera llorar, lo hubiera hecho. Quizá lo hice por dentro.

Nunca me he sentido tan indefenso y vulnerable. ¡No es posible que estas cosas estén pasando!

El último día que estuve ahí, estaba despierto. Yo quería saber que estaba pasando, o que había pasado. No entendía nada. Frente a mí un reloj en la pared que marcaba las 8, no sabía si era de mañana o de noche. Así pasaron las horas, nadie nunca se paró más en ese pequeño cubículo. Nadie me escuchaba. Entro la señora de la limpieza, la señora Fátima. Ya pronto va a estar con sus familiares, ya lo van a dar de alta. Me dijo en tono amable. Le voy a apagar esta luz que le está dando en la cara. Era la primera muestra humana que recibí ese día y al final resultó la única.

Eran las 7 el tiempo seguía pasando y parecía que fuera invisible nadie me ve, nadie me habla, nadie hace nada. ¿Regresa la señora Fátima, se sienta a mi lado, todavía por aquí? me vengo un rato para hacer compañía. Me platico de cómo acompañaba a los pacientes, hablaba con los familiares, rezaba con ellos, así como lo hizo conmigo. Cerca de dos horas haciéndome compañía, sin ningún interés y sin que nadie se lo pidiera.

Me hizo sin saberlo mucho bien. ¡Un médico sin bata!

Cuando estuve afuera, cada noche recordaba lo que había escuchado y cómo éramos tratados los pacientes en este hospital. Descubrí que no era una pesadilla. Hablamos con la directora del hospital, con el jefe de terapia intensiva, con el director médico del hospital, se dijeron sorprendidos por lo sucedido. Ofrecieron una investigación y tomar medidas que en quince días nos harían saber, dos años han pasado de esto y no sabemos nada.

Tomaremos medidas que les notificaremos en máximo 15 días, esto no debe de pasar. -La Directora del Hospital.

Relato esto, parte de muchas cosas que viví y que escuché. Para que esto sirva de reflexión de lo que no debiera sucederle a nadie no importa si es hospital privado o público, si tiene o no tiene recursos. Los hospitales y sus autoridades debieran poner más atención y cuidado en el cumplimiento de uno de los derechos más básicos de un paciente: el trato digno y el respeto a su intimidad.

Un episodio que sin duda me marcó y que es difícil de olvidar. Haré todo lo que en mi esté, para contribuir en que cosas así no pasen 

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